lunes, junio 27, 2011

Consumo gusto

Si alguien hace diez años le hubiese dicho a la junta directiva de Nokia que en unos meses Apple se iba a hacer con el mercado de la telefonía móvil y que Nokia iba a quedar relegada a abastecer el mercado de gama baja, se habrían reído.

Hace un tiempo en el mundo de la informática y las telecomunicaciones había una máxima: hecho por ingenieros para ingenieros. Si a tu padre ya le costaba programar el betamax, explícale tú lo que era un token-ring. Cuando la telefonía móvil estalló, hasta la mismísima Alcatel se tiró de cabeza. Sin embargo, algo no terminaba de encajar; el modelo de negocio no era ni por asomo el mismo. Entramos en el mundo de los productos de consumo obvio. Samsung, Motorola, Sony, Nokia, todos ellos vendían no por las prestaciones de sus terminales, sino por sus diseños.

El otro día leía un artículo en el que aseguraban que la telefonía móvil dominaba el mundo. Al autor sólo le faltaba gritar que el milenarismo va a llegar. Y no. Sigue habiendo rincones alejados de la gran masa, donde se asientan las columnas que sostienen este mundo, donde las cosas las siguen haciendo ingenieros para ingenieros, donde los dioses se siguen llamando Alcatel, Nortel, Cisco, HP, Juniper, Sun, etc.

Veréis, en los 90 Apple se estaba yendo a la mierda tan rápido que daba vértigo mirarla. Y gastaron el último cartucho que les quedaba en un truño de ordenador: el i-mac. Era un mojón, mediocre, de prestaciones reguleras y, como es habitual en apple, completamente integrado (lo que quiere decir que si se te jode algo, se te jode todo). Pero era mono. Como una enorme gominola inútil. Steve Jobs vendió lo que no estaba escrito. Apple volaba de nuevo gracias a un precioso pedacito de mierda fabricado en cinco tonos pastel.

En la puta vida veréis nada de Apple en un CPD, pero su modelo de negocio respondía perfectamente ante el consumidor imbécil (lo que viene a ser cualquier consumidor), y eso aturdía a los grandes del sector de los prefabricados como HP o Dell. Cuando llegó el reinado de los portátiles Apple ya no contaba con el factor sorpresa, y los grandes productores estaban esperando a la vuelta de la esquina con gilipolleces en verde pistacho o amarillo melocotón. Resumiremos la guerra del portátil con un empate técnico, pero con un factor ahora más pronunciado que nunca: el mundo había demostrado estar lleno de memos dispuestos a gastarse quinientos lereles a cambio de poder chatear y leer el correo electrónico en la cama. Ah, el progreso...

Apple nos ha dado caña desde entonces en todos los frentes gracias al marketing y a su diseño. Sus productos no sólo son mediocres y a prueba de tontos, sino que se fabrican por tres pesetas con un coste humano salvaje, mucho más que el de cualquiera de sus competidores. En Uganda, por ejemplo, Apple entrega equipamientos informáticos obsoletos en términos de ayuda al desarrollo. Les ha regalado tantos que Uganda a estas alturas ya debería de tener su propio programa espacial. Pero en su lugar sólo tienen el mayor vertedero de deshechos tecnológicos del planeta (por supuesto, está prohibido arreglar contrataciones de este tipo con países del tercer mundo según la ley internacional) que nadie sabe de dónde ha salido. En el sur de China Foxconn fabrica i-pads empleando esclavos 90 horas semanales, trabajando por quincenas sin descanso, expuestos a cosas tan divertidas como el n-hexano, y firmando clausulas anti-suicidio. Y aquí hacemos cola durante horas para poder gastarnos media nómina en uno de estos juguetes que el propio Steve Jobs tiene planeado dejar obsoleto dentro de quince meses añadiéndole esa característica o pieza fundamental que no tiene el actual modelo.

Si en el primer mundo sólo tuviésemos productos Apple (i-vater, i-coche, i-gafas, i-ropa), esquilmaríamos los recursos naturales del planeta en dos años. No negaré que i-phone, i-pad, i-pod, lo que sea... funcionan. Pero el mayor potencial que todos ellos tienen ahora mismo es la propia comunidad masiva de usuarios. Nada más.

Pero entiendo que todos queremos el éxito. El pedacito de triunfo personal que representa esa manzanita. El espíritu sólo puede alcanzar el Tao mediante el angry birds. Al fin y al cabo, todos NECESITAMOS un i-jam, y no hay ninguna otra cosa en el mercado que pueda saciar ese vacío en nuestra alma...

sábado, junio 18, 2011

Síndrome de Pa’nar

Seguro que todos sabéis quién fue Isaac Newton. Y, si habéis ido un par de días seguidos al colegio, probablemente conoceréis su Ley de la Gravitación Universal. Newton revolucionó el mundo científico con su visión de la gravedad en 1685, y consiguió explicar la mecánica de nuestro Sistema Solar con tal precisión, que incluso le debemos en parte el éxito de la expedición lunar del Apolo 11 (y prácticamente cualquier empresa que hayamos llevado al espacio). Pero la Ley de la Gravitación Universal no es perfecta. Y eso, en términos científicos, no es bueno.

A mediados del siglo XIX, se podía usar cualquier planeta conocido como un reloj infalible. Todos salvo Mercurio. Al medir la velocidad a la que se desplazaba Mercurio, el planeta más cercano al Sol (realmente cercano), e intentar predecir el momento en el que debía reaparecer en cada órbita desde detrás de nuestra estrella, resulta que el muy puñetero se retrasaba siempre 43 segundos. No es mucho, pero lo suficiente como para obsesionar al matemático y astrónomo francés Urbain Le Verrier.

En 1859, a Le Verrier ni se le pasó por la cabeza cuestionarse el paradigma científico que estableció Newton, y no se le ocurrió otra cosa que despejar la incógnita de Mercurio inventándose otro planeta: Vulcano. Y para que Vulcano pudiese existir sin que nosotros le viésemos tenía que estar realmente cerca del Sol o, mejor aún, situarse en una órbita exactamente opuesta a la de la Tierra, al otro lado del astro Rey, y que retrasaba a Mercurio esos 43 segundos en cada órbita solar.

Algo peregrino, sí, pero explicaba el retraso de Mercurio y se adaptaba a la Ley de Gravitación de Isaac Newton. Y, lo que es peor, era lo único que nadie consiguió conjeturar para hacer que todo encajase con las leyes de la física de aquél entonces.

Hubo que esperar hasta 1915 para que Albert Einstein completase el trabajo del mismísimo Isaac Newton y estableciese el nuevo paradigma: la Teoría de la Relatividad General. Para que os hagáis una idea de lo revolucionario del pensamiento de Einstein, su premio Nobel no le fue otorgado por esta Teoría, sino por sus trabajos sobre el efecto fotoeléctrico: el comité encargado de evaluar su Relatividad General, tras ocho años de estudiarla, no consiguieron comprenderla del todo.

Einstein no sólo explicó el comportamiento o el origen de la gravedad, sino que definió la gravedad en sí misma mediante el contínuo espacio-tiempo. La gravedad no es una fuerza como tal: si estuvieses en un avión en caída libre te sentirías ingrávido, pero en ningún momento notarías ninguna fuerza actuando sobre ti. En lugar de eso, Einstein determinó que el Sol, los planetas, y absolutamente toda la materia crea una deformación en el tejido de las tres dimensiones y el tiempo. Si trasladamos esto a la paradoja de Mercurio, veremos que las fórmulas de Einstein explican perfectamente la órbita de Mercurio sin necesidad de Vulcano: al estar más cerca del Sol (o, mejor dicho, de la distorsión que el Sol crea en la fábrica del espacio-tiempo), no sólo la órbita de Mercurio es más cerrada y aguda, si no que el tiempo también es diferente. Esos 43 segundos que nosotros percibimos aquí, en Mercurio no han pasado (si al pensar en esto sentís como vértigo, es que lo he explicado bien).

Y Gracias a Einstein y su Relatividad General todo en el universo fue entendible... durante un rato. Hoy en día sabemos que, según nuestras leyes de la física al universo le faltaría un 94% de la materia necesaria para hacer que se sea como es. Para que os hagáis una idea, si observamos el comportamiento de los planetas del Sistema Solar veremos que, cuanto más lejos del Sol, más lento es su movimiento de traslación dado que la deformación solar del espacio-tiempo es menor. Pero si observamos una galaxia veremos que gira uniformemente: la materia cercana al núcleo y la que hay en su periferia se desplazan sobre la misma perpendicular del radio. Y como eso no tiene sentido, para que encaje con el paradigma actual son necesarias la materia oscura y la energía oscura: cosas que no podemos percibir pero que necesariamente han de estar ahí. El nuevo Vulcano se llama modelo estándar de física de partículas.

Ojo, que ni la desprecio ni la refuto. Actualmente es la mejor explicación que la comunidad científica ha dado y, desde luego, en todas las simulaciones y ecuaciones que se han formulado, funcionan. Es más, la ciencia no puede existir sin hipótesis. Pero lo que quiero decir, y por lo que me ha dado por contaros todo este tochazo, es que siempre hay que mantenerse humildes y escépticos: por mucho que queramos que la realidad se adapte a nuestra concepción del universo, la verdad y la naturaleza de las cosas son inmutables, y poco les preocupa a ellas que las entendamos o no. Y quizá tengan que pasar otros trescientos años para que un nuevo Einstein venga a dejarnos con el culo torcido.

martes, junio 14, 2011

Almonteño y Tempranillo

Temerario yo de mí mismo por no hartarme hasta el suicidio -profusa e insufrible exégesis mediante- de la insoportable levedad del ser (estar y parecer) humano medio, en cuanto el astro rey se empeña en hacernos mosquear y plantearnos que quizá el fotón pudiese resultar másico al fin y al cabo, cogotazo ultravioleta mediante, resumo y enuncio como la ninfa pizpireta que soy en más de un sentido bailando con Artemisa: ha llegado el verano.

Y si bien plantearse el por qué de que un país como España no tenga programa espacial podría zanjarse por cien mil y un argumentos, siendo hasta ahora el de más peso que el Endeavour no está hecho de ladrillo y argamasa, ayer se me ocurrió encender unos segundos mi aparato de televisión; propenso a la delusión por el calor y el hecho de que el sofá y mis calzoncillos empezaban a ser molestamente indistinguibles el uno del otro, disculpadme. Sentenciaré rápido: gentío saltaba una valla peligrosamente con afán y propósito de hacerle el conejito a una especie de idolillo repollero. Y luego lloraban con la amargura de Gernika.

No pude por menos que palparme el pecho en busca de bultos (también llamados "humanismo ilustrado"). El calor que atenazaba mis terminaciones nerviosas pasó a un segundo plano. Preocupación. Me masturbé lánguidamente durante horas mientras paladeaba mi Prado Enea, intentando hacer que las piezas encajasen de cualquier modo posible en mi rompecabezas mental. Y nada.

Yazco desolado. Me tenéis contento.

(Síntesis para el lector casual: ¿¡Pero estáis gilipollas, o qué!?)